DM

El hombre atrasado

la inmortalidad
lo confina
empujándolo
a la fila
de los desertores.
Ese territorio
sin puentes
ajeno
carentes de vigas
que pudre
lo inexorable.
Oye extranjero
no hay calma
en esa marcha.
El graznido
de la gaviota
se atreve al mar.

 

A punto de

No viajar
no conocer
los entredichos,
cuando usar
marasmo
o recostarse
en el balcón
donde deshojan
flores cansadas
de tener
que esquivar
el viento;
y un concierto
conocido
que amenaza
la intención
de un presentimiento,
mientras
la sombra
indiscernible
de la polilla
que asesina
la luz
nos muestra
cómo el pensamiento
cuando
nos atrae
decidido
repugna.
A veces no todo
es algo.
En un residuo
sin lugar
suele haber
una noticia.

The Delayed man

Inmortality
confines him
pushing him 
to the row
of the deserters.
That bridge-less
unaffiliated
territory lacking beams rotting
the inexorable. Hey foreigner there is no calm in that march. The squawk of the seagull dares to the sea.

About to

Not travel
To not know
the interdicts,
when to use
marasmus
or lie down
in the balcony
where they defoliate
tired flowers
dodging
the wind;
and a familiar
concert
threatens
the intention
of a presentiment,
while
the indiscernible
shadow
of the moth
that murders 
the light
shows us
how the atraction
of a decided thought
disgusts us Sometimes not everything is something. in a residue
without a place there is usually a piece of news.


En 1990 Diego Montero era un joven arquitecto porteño para quien Punta del Este había sido siempre un lugar de vacaciones y donde había empezado a hacer algunas obras dispersas desde el año 80. Casi todas pequeñísimas rusticas y elementales, pero con un sentido del lugar y del savoir vivre muy personal y característico que poco a poco fue ganando cultores y adeptos. Hoy, cuando ya hace más de 20 años desde que se instaló definitivamente con su familia en Manantiales, es prácticamente imposible hacer más de dos cuadras por esa angosta franja sobre el mar que va desde el puente de La Barra hasta Jose Ignacio sin cruzarse con alguna casa u obra suya. Y si bien es cierto que el mero aspecto cuantitativo es impresionante – desde el año 90 ha construido un promedio de entre diez y quince casas por año – tal vez sea más interesante aún el hecho de que muchas de sus obras (como el restorán Los Negros, en José Ignacio, o más reciententemente el hotel de Garzón, ambos de Francis Mallmann) hayan sido la piedra fundacional y el motor de arranque para desarrollos posteriores.
In 1990 Diego Montero was a young architect from Buenos Aires, for whom Punta del Este had always mostly a holiday destination. A place where he had built a handful of houses, with a very unique sense of place, that were slowly gathering a cult following. Now, more than 20 years after he decided to make that area his permanent residence, it's virtually impossible to walk for more than a couple of blocks, along that narrow strip between La Barra and Jose Ignacio, without bumping into one of his houses. Aside from the impressive volume of his output – he has bult an average of 10 houses a year over the last decade – it is perhaps more interesting that many of his projects (such as Los Negros restaurant, or more recently the Hotel Garzón, both for Francis Mallmann) have become stepping stones for developments to follow.

E-10 km 12

Sant Joan de Labritja

Ibiza 07810

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Costanera a la Barra s/n

El Tesoro

Maldonado 20001