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“No quiero una casa, sino un espacio tridimensional. odio los apartamentos, quiero vivir en una escultura que esté escavada en la roca, que huela a la naturaleza circundante. La arquitectura no es sólo sombra y luz, debe ser también olor ¿Has probado a sentir el olor de una piedra?

Quiero una casa con olor a piedra. Con una cama que huela a enebro y quiero que haya un sonido. Venga, escuche el sonido de las olas marinas. Mi casa debe tener dentro ese sonido. Quiero escuchar el viento que viene del mar”

 

Bini proyectó el edificio en 1962 a pedido de Antonioni y su pareja, Monica Vitti. Otras fuentes donde lo datan en 1969 y también afirman que Bini construyó dos casas con forma de cúpula (puede constatarse gracias al Google Maps), una más grande para el director y la otra para Mónica (en Roma también vivían separados), en dos pisos comunicados por una escalera. Al momento de su separación fue cerrada y sobre esa huella, la siguiente esposa de Antonioni colocó una alfombra que levantaba para enseñarle a los visitantes los rastros del anterior amor de su marido.

La Cupola se construyó con hormigón armado, usando aire comprimido para levantarla, un sistema constructivo inventado por Bini, para hacer lo que denominó Binishells, y con el que ha hecho otras mil seiscientas de estos objetos en veinte países, alguna con un diámetro de cuarenta metros.

En contraste con la uniformidad de la fachada, todas las formas internas son orgánicas. Un gran espacio central sirve como salón-comedor de planta abierta. La atención se dirige inmediatamente a una pared de cristal y a una puerta que conduce a un atrio con un pequeño jardín; Mirando hacia arriba hay un óculo que asegura el sentimiento galáctico. La característica más llamativa de la habitación es la escalera flotante hecha de granito beta rosa de origen local, cuyos bordes quedan rugosos dando un efecto de glamour paleolítico.

Para ver La Cupola hoy, hay que saltar una valla y atravesar una densa maleza y grava movediza. Del otro lado, recompensa una visión conmovedora de una utopía perdida. La casa parece un extraño observatorio que necesita reparaciones importantes y está vacía. En una entrevista con Bini, este rompió en lágrimas tras ver una fotografía de la casa en avanzado estado de ruina. A la pareja le hubiera gustado así, dijo.

 

 

 

“I don’t want a house, but a three-dimensional space. I hate apartments, I want to live in a sculpture that is carved into the rock, that smells of the surrounding nature. Architecture is not only shadow and light, it must also be smell. Have you tried smelling a stone? I want a house that smells like stone. With a bed that smells like juniper and I want there to be a sound. Come, listen to the sound of the ocean waves. My house must have that sound inside. “I want to hear the wind that comes from the sea”

 

Bini designed the building in 1962 at the request of Antonioni and his lover, Monica Vitti. Other sources date it back to 1969 and also state that Bini built two dome-shaped houses (can be seen thanks to Google Maps), one larger for the director and the other for Monica (in Rome they also lived separately), on two floors connected by a staircase. At the time of their separation, it was closed and on whose footprint Antonioni’s next wife placed a carpet that she raised to show visitors the traces of her husband’s previous love.

The Cupola was built with reinforced concrete, using compressed air to lift it, a construction system invented by Bini, to make what he called Binishells, and with which he has made another sixteen hundred of these objects in twenty countries, some with a diameter of forty meters.

In contrast to the uniformity of the façade, all internal forms are organic. A large central space serves as an open-plan living-dining room. The eye is immediately drawn to a glass wall and a door leading to an atrium with a small garden; Looking up there is an oculus that ensures the galactic feeling. The most striking feature of the room is the floating staircase made of locally sourced pink beta granite, the edges of which are roughened giving an effect of Paleolithic glamour.

 

To see La Cupola today, you have to jump a fence and go through a dense thicket of brush and shifting gravel. On the other side , reward: a moving vision of a lost utopia. The house looks like a strange observatory that needs major repairs and is empty. In an interview with Bini, he burst into tears after seeing a photograph of the house in an advanced state of ruin. The couple would have liked it that way, he said.

En 1990 Diego Montero era un joven arquitecto porteño para quien Punta del Este había sido siempre un lugar de vacaciones y donde había empezado a hacer algunas obras dispersas desde el año 80. Casi todas pequeñísimas rusticas y elementales, pero con un sentido del lugar y del savoir vivre muy personal y característico que poco a poco fue ganando cultores y adeptos. Hoy, cuando ya hace más de 20 años desde que se instaló definitivamente con su familia en Manantiales, es prácticamente imposible hacer más de dos cuadras por esa angosta franja sobre el mar que va desde el puente de La Barra hasta Jose Ignacio sin cruzarse con alguna casa u obra suya. Y si bien es cierto que el mero aspecto cuantitativo es impresionante – desde el año 90 ha construido un promedio de entre diez y quince casas por año – tal vez sea más interesante aún el hecho de que muchas de sus obras (como el restorán Los Negros, en José Ignacio, o más reciententemente el hotel de Garzón, ambos de Francis Mallmann) hayan sido la piedra fundacional y el motor de arranque para desarrollos posteriores.
In 1990 Diego Montero was a young architect from Buenos Aires, for whom Punta del Este had always mostly a holiday destination. A place where he had built a handful of houses, with a very unique sense of place, that were slowly gathering a cult following. Now, more than 20 years after he decided to make that area his permanent residence, it's virtually impossible to walk for more than a couple of blocks, along that narrow strip between La Barra and Jose Ignacio, without bumping into one of his houses. Aside from the impressive volume of his output – he has bult an average of 10 houses a year over the last decade – it is perhaps more interesting that many of his projects (such as Los Negros restaurant, or more recently the Hotel Garzón, both for Francis Mallmann) have become stepping stones for developments to follow.

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