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El suizo Jean Tinguely fue uno de los artistas fundamentales de la escena parisina en la segunda mitad del siglo XX. Desde su llegada a la capital francesa en 1953 hasta su muerte en 1991, exploró las múltiples posibilidades expresivas y de animación sutil de las esculturas móviles, revelando constantemente imágenes serias, caprichosas o llenas de patetismo, nacidas de la construcción y la destrucción, a veces encantadoras y otras casi monstruosas.

Sus primeros relieves móviles suponen comentarios inteligentes sobre la imagen estática; en 1958 dio un paso de gigante al emplear motores ocultos que dotaban de movimiento a esculturas aparentemente tradicionales, y poco después, alumbró su serie Méta-matics (1958-1959), compuesta por obras que, no solo parodian el automatismo de los gestos de los artistas del tachismo, sino que, como muchas de sus esculturas posteriores, apelan a la fantasía de un mundo mecánico y casi humano, lleno de alegría.

Desde aquel año de 1958, Tinguely demandó del espectador que accionara el movimiento y el sonido y, ya en los años sesenta, sus Balubas -nombre de una tribu de África- efectuaban una coreografía agitada, adornadas con pieles, plumas, cencerros y latas. En Paraíso, siete complejas máquinas atacan a otras tantas muñecas burlescas de la fertilidad (Nanas), que había realizado Niki de Saint Phalle, con su correspondiente dosis de ironía. En Fuente de Carnaval, por su parte, fuentes inútiles se enzarzan en una guerra de salpicaduras; precisamente la fuente era el punto culminante de un humor procaz y atrevido que el suizo dominaba.

Frente a la cierta calma de sus Fuentes y de Méta-matics, sus obras más avanzadas ruedan, patalean, se elevan, tiran de sus componentes… y sus pesadas extremidades repiten los mismos movimientos una y otra vez, sumiendo a piñones y ruedas en un continuo vaivén esforzado. Sus partes parecen esclavas para el trabajo duro.

En los últimos años de su trayectoria, Tinguely creó piezas que se extendían en espacios escénicos. En construcciones semejantes a altares, presenta montones de desechos de la civilización contemporánea que forman una jungla tétrica de bienes de consumo, piezas mecánicas, bombillas: restos de naufragios varios. En 1980 añadió a esa suerte de vanitas calaveras, esqueletos animales y otros símbolos asociados a la muerte, y los acompañó de un sonido a duras penas soportable.

Hablamos de escenarios apocalípticos semejantes a lienzos de ensamblajes. Decía el propio autor que los artistas que realizasen arte en el futuro deberían ser o artistas fantásticos o meros decoradores.

The Swiss Jean Tinguely was one of the fundamental artists of the Parisian scene in the second half of the 20th century. From his arrival in the French capital in 1953 until his death in 1991, he explored the multiple expressive and subtle animation possibilities of mobile sculptures, constantly revealing images that were serious, whimsical or full of pathos, born from construction and destruction, sometimes charming and others almost monstrous.

His first mobile reliefs represent intelligent comments on the static image; In 1958 he took a giant step by using hidden motors that gave movement to apparently traditional sculptures, and shortly after, he gave birth to his Méta-matics series (1958-1959), composed of works that not only parody the automatism of the gestures of tachism artists, but, like many of their later sculptures, they appeal to the fantasy of a mechanical and almost human world, full of joy.

Since that year of 1958, Tinguely demanded that the viewer activate movement and sound and, already in the sixties, his Balubas – the name of an African tribe – performed an agitated choreography, adorned with skins, feathers, cowbells and cans. In Paraíso, seven complex machines attack as many burlesque fertility dolls (Nanas), which Niki de Saint Phalle had made, with their corresponding dose of irony. In Carnival Fountain, meanwhile, useless fountains engage in a splash war; precisely the fountain was the climax of a ribald and daring humor that the Swiss mastered.

Faced with the certain calm of his Fuentes and Méta-matics, his most advanced works roll, kick, rise, pull their components… and their heavy limbs repeat the same movements over and over again, plunging pinions and wheels into a continuous effortful swing. Its parts seem slaves to hard work.

In the last years of his career, Tinguely created pieces that extended into scenic spaces. In constructions similar to altars, it presents piles of debris from contemporary civilization that form a gloomy jungle of consumer goods, mechanical parts, light bulbs: remains of various shipwrecks. In 1980 he added skulls, animal skeletons and other symbols associated with death to this kind of vanitas, and accompanied them with a sound that was barely bearable.

We are talking about apocalyptic scenarios similar to assemblage canvases. The author himself said that the artists who made art in the future should be either fantastic artists or mere decorators.

Tinguely

En 1990 Diego Montero era un joven arquitecto porteño para quien Punta del Este había sido siempre un lugar de vacaciones y donde había empezado a hacer algunas obras dispersas desde el año 80. Casi todas pequeñísimas rusticas y elementales, pero con un sentido del lugar y del savoir vivre muy personal y característico que poco a poco fue ganando cultores y adeptos. Hoy, cuando ya hace más de 20 años desde que se instaló definitivamente con su familia en Manantiales, es prácticamente imposible hacer más de dos cuadras por esa angosta franja sobre el mar que va desde el puente de La Barra hasta Jose Ignacio sin cruzarse con alguna casa u obra suya. Y si bien es cierto que el mero aspecto cuantitativo es impresionante – desde el año 90 ha construido un promedio de entre diez y quince casas por año – tal vez sea más interesante aún el hecho de que muchas de sus obras (como el restorán Los Negros, en José Ignacio, o más reciententemente el hotel de Garzón, ambos de Francis Mallmann) hayan sido la piedra fundacional y el motor de arranque para desarrollos posteriores.
In 1990 Diego Montero was a young architect from Buenos Aires, for whom Punta del Este had always mostly a holiday destination. A place where he had built a handful of houses, with a very unique sense of place, that were slowly gathering a cult following. Now, more than 20 years after he decided to make that area his permanent residence, it's virtually impossible to walk for more than a couple of blocks, along that narrow strip between La Barra and Jose Ignacio, without bumping into one of his houses. Aside from the impressive volume of his output – he has bult an average of 10 houses a year over the last decade – it is perhaps more interesting that many of his projects (such as Los Negros restaurant, or more recently the Hotel Garzón, both for Francis Mallmann) have become stepping stones for developments to follow.

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